Con ínfulas de superioridad eurocéntrica, aquellos que se jactan de ser la voz del pensamiento racional del país, no hacen más que evidenciar su total desprecio por lo popular, entendiéndose como popular a todo aquello que no forma parte de los círculos academicistas. Libros o alpargatas. Es un espanto para ellos que existan intelectuales, escritores y artistas que hayan sucumbido a los placeres de la pasión. Que las letras se mezclen con las masas sin instrucción, en medio del clamor popular de una vuelta olímpica.

Sin embargo, son muchos los gloriosos casos en que sí el arte, o la cultura, sin ruborizarse ni avergonzarse, marchó de la mano de los deportistas. Uno de los ejemplos más claros dentro del país, es el del gran escritor y periodista Osvaldo Soriano. Un hincha fanático de San Lorenzo que, de joven, se cansó de romper redes en la Patagonia con el nueve en su espalda. Sus novelas, en las que retrató a futbolistas y boxeadores desventurados, se publicaron en todos los idiomas imaginables. Pero, ¿cómo lo reconoció la intelectualidad argentina?: cerrándole la puerta de la Facultad de Filosofía y Letras el día que iba a dar una charla. No estaba a la altura de la casa de estudios porque sus obras no reflejaban los intereses de una elite pacata que se niega a dejar sus lugares de privilegio.

El “Gordo” no es el único. En Rosario, la capital cultural y futbolística de Santa Fé, está el entrañable “Negro” Roberto Fontanarrosa, dibujante, escritor y dramaturgo, que el ambiente académico nunca tomó en serio, aunque ahora, luego de que una maldita enfermedad se lo llevara cuando aún estaba tan lleno de vida, declaren a los cuatro vientos cuánto lo extrañan.

¿Y en Quilmes qué? Acá tuvimos la suerte de contar con el maestro Aldo Severi, quien nunca dejó de ser un pibe de barrio a la hora de pintar. Sus trazos reflejan la vida del laburante, el tango y obviamente la pelota de tiento, combinando por igual su pasión por el QAC y Boca Juniors, referentes de los dos pagos que él tanto amó.

Los ejemplos son muchos y afuera también se consiguen. Ernest Hemingway, escritor, periodista y boxeador. Uno de los principales novelistas y cuentistas norteamericanos del siglo XX, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1954 por su obra completa. O el más intelectual Norman Mailer, considerado como heredero de Hemingway y uno de los padres del Nuevo Periodismo, cuya crónica sobre la pelea Ali-Foreman en Zaire, en 1975, “El combate”, es una de las mejores piezas jamás escritas.

Mientras tanto, en Argentina, esos viejos amargados y decrépitos que intentan salvaguardar el arte de las masas, continúan mandando a encuadernar los libros que no han leído. Los otros, los marginados, son los verdaderos artistas que, lejos de los claustros, seguirán vivos por siempre en los corazones del pueblo. Su pueblo.