Quilmes parece decidió a luchar por la salvación hasta las últimas consecuencias. En un encuentro increíble, con situaciones cambiantes y emociones y goles por doquier, pudo reponerse de una desventaja en la segunda parte y quedarse con los tres puntos ante un rival muy complicado. Sin haber tenido una gran producción futbolística, los dirigidos por Caruso Lombardi alcanzaron su tercer triunfo consecutivo con coraje y corazón. La parcialidad cervecera comienza a soñar con un milagro posible.

A quien de esos miles que estuvieron haciendo el aguante en el Florencio Sola le importará que esta vez el equipo no jugó bien. Que estuvo flojo en defensa, que por largos momentos le costó controlar a un rival y que salvo en las apariciones de Caneo y Cerro, les costó manejar con criterio la pelota. La respuesta es sencilla: a ninguno. Esta noche, lo importante era el resultado y Quilmes se dio el gusto de conseguir el premio mayor.

Si ante Vélez el triunfo dejó una marca por la importancia del rival, este frente a Banfield también quedará en la memoria emotiva de todos, por lo heroico y espectacular. El Cervecero supo pegar cuando se mostró mejor y se recostó en el buen presente de algunas individualidades para sacar la cabeza del horno, cuando parecía que estaba cocinado.

Es que, se trató de un partido que tuvo todos los matices. Unos veinte minutos iniciales de estudio, en los que no pasó demasiado, 120 segundos de furia con un gol por bando y el aprovechamiento de una pelota peleada hasta el final por Diego Torres (Víctor López le cometió un claro penal), que Caneo transformó en una nueva ventaja desde los doce pasos. Hasta ahí, en un primer tiempo que hacía presagiar buenos augurios para la visita.

Pero en el segundo, el trámite del juego otra vez volvió a cambiar. Dos errores en una misma jugada, primero de Leyes y luego de Gerlo, le dieron la posibilidad a Facundo Ferreyra (tras una gran definición) de meter a Banfield de nuevo en partido. Envalentonado por esa situación, el local empezó a desbordar por todos lados al QAC y el tercer tanto llegó por decantación.

Parecía haber sido la piña de nocaut para un Cervecero que, a esa altura, no encontraba respuestas futbolísticas. Pero un enorme gol del Gigante Vázquez (pasó entre dos, se dio vuelta y definió al ángulo) le dio el shock necesario para volver a creer. Por eso no se quedó y fue en busca de más. La recompensa llegó a poco del cierre, con una pelota perdida dentro del área, que Cauteruccio pudo puntear para hacer inalcanzable la estirada de Bologna.

La gente dejó el estadio al grito de "Quilmes no se va", manteniendo la ilusión más en alza que nunca. Al menos, el equipo le demostró que a pesar que la situación numérica siga complicada, deberán pegarle varios tiros para que lo den por muerto. Quedó claro que no se va a rendir tan fácil.