Hay ocasiones que los partidos se ganan antes de jugarlos. Desde el plan de juego, desde la lectura previa se avanzan casilleros que después, al plasmarlo sobre el campo, termina siendo determinante a la hora del resultado final. Eso pasó en el Centenario, en la tarde de la vuelta de los visitantes y con un clima de clásico en las tribunas, Quilmes fue inteligente para enfrentar al peligrosísimo Lanús y desde su costado previsor y un gol en el arranque, se quedó con tres puntos claves.

No debieron pasar demasiados minutos para que el dibujo del partido quede plasmado ante los ojos de aquellos que visitaron el estadio. Fiel a su estilo, el Granate se aseguró de entrada la tenencia de la pelota y se instaló por completo en terreno contrario, mientras que el Cervecero fue mucho más pasivo y prefirió taparle los caminos a su rival, confió en los cambios para cubrir las bandas y apostó a las salidas veloces cuando el juego se lo permitía.

Y para que el plan sea casi perfecto, en la primera pelota quieta a su favor, los de Grelak pudieron facturar: jugada preparada, con centro preciso de Ramírez (su pase pertenece a Lanús), que Escobar la bajó al medio y Bottino entrando solo a la carrera, mandó a la red. El tanto le dio más tranquilidad al equipo, que empezó a presionar más arriba y por momentos el trámte se hizo más parejo.

Todo se alteró con la bomba de estruendo que complicó a Monetti, que alteró los ánimos, que puso más caliente al partido, aunque la demora le dio el protagonismo perdido a la visita que en los últimos minutos de la etapa tuvo una muy clara de Velázquez en la mejor construcción de todo el partido, a puro toque y con el lateral izquierdo llegando como delantero de área.

Pero el QAC le siguió dando opciones a su adversario. Principalmente en el arranque del segundo tiempo, cuando le costó mucho más recuperar el balón y Lanús contó con opciones para el empate. En la más clara, Rigamonti tuvo una estupenda intervención al sacarle un remate bajo a Miguel Almirón. Todo eso, hasta los veinte minutos, cuando la expulsión de Marcone (planchazo sobre Escobar) empezó a limitar al último campeón.

Los cambios renovaron de aire a Quilmes, mientras que el correr de los minutos agudizó las urgencias del Granate que siguió yendo, pero sin tanta precisión ni prolijidad. Por eso, en la contra el Cervecero lo podría haber liquidado en los segundos definitorios. De cualquier manera, con mucho cansancio encima, después de tanto trajín en una hora de la tarde de calor, el local llegó al cierre casi sin sufrirlo y en medio del griterío de su gente por el logro conseguido.

Se valora el esfuerzo y el resultado. El haber cortado una racha increíble de trece años sin poder ganarle a este adversario y, principalmente, la sapiencia de, al notarse inferior, no arriesgar por demás y sacar adelante un partido muy complicado. Y en este Quilmes actual, esto no es cosa de todos los días. Vale la pena celebrarlo.