Y la historia no tuvo un final feliz. A pesar de la gran recuperación que tuvo en la parte final del campeonato, Quilmes no logró el objetivo y terminó descendiendo a la B Nacional. En la última fecha y como local, cayó frente a un duro Olimpo que encontró rápido el tanto y luego se dedicó a defenderlo como sea. Sin jugar bien, el Cervecero contó con las ocasiones necesarias para no irse derrotado, pero el arquero rival terminó siendo figura. “Dios es injusto”, dijo Caruso.

Triste cierre para un equipo que se ahogó cuando estaba llegando a la orilla. Increíblemente, el QAC no pudo con el peldaño final. Es que, a pesar que el rival era un de los mejores del semestre, también es cierto que le había tocado pasar por instancias complicadas y las había sorteado a la mayoría con éxito. Esta vez no pudo con la fortuna del adversario, con los nervios propios y con la fortuna que no estuvo de su lado para darse esperanza en un momento clave.

Quilmes fue un puñado de nervios a lo largo de todo el cotejo. Pero pese a eso, se pudo reponer al baldazo de agua helada que fue el gol de Rolle en pleno arranque del juego, y si bien no consiguió trabajar bien como equipo, en el segundo tiempo se lo llevó por delante a Olimpo, gracias a las ganas y al ímpetu de un conjunto que no se dio por vencido en ningún momento.

Con los ingresos de Vázquez y Romeo, los centros comenzaron a llover uno tras otro dentro del área visitante, y fue ahí cuando comenzó a erigirse la figura de Matías Ibáñez, el arquero que reemplazó al lesionado Tombolini, y que contuvo tres o cuatro situaciones claras de peligro, que podrían haber permitido cambiar la historia, si es que el desenlace hubiera sido otro. Los bahienses mientras tanto hicieron su juego, enfriando cuando era necesario y teniendo la bola, cuando sus posibilidades se lo permitían.

Por todo esto, el rumbo del partido nunca cambió y llegó el inexorable final. Duro, triste de digerir, pero que se hizo más doloroso al conocer el gol de Boca, ese que le daba el empate en el bosque platense y que hubiera permitido una salvación, si es que se daba la victoria propia.

Por eso la tarde se puso aún más oscura que lo marcaba el cielo. Y la lluvia se dio cita en el césped del Centenario. Fue el corolario justo para una tarde desapacible y gris, en la que los dioses del olimpo no estuvieron del lado cervecero.